2 de febrero de 2014

Un tesoro románico inesperado en Clayton

Cuando los normandos conquistaron el reino de Inglaterra, el Conquistador otorgó Lewes y su comarca a su fiel barón Guillermo de Warenne, antepasado o epónimo de todos los Warren que en el mundo han sido. Entre sus propiedades se encontraba la aldea de Claitune, como atestiguó en 1086 ese monumental registro de la propiedad que conocemos como Domesday Book.

Hoy Clayton es una población minúscula, casi un barrio del cercano Hassocks que cuenta, no obstante, con poderosos atractivos. Uno lo constituye la pareja de molinos conocidos como Jack and Jill, ambos del siglo XIX y curiosos por la atribución de sus géneros. En Inglaterra los molinos, como los barcos, son siempre hembras; Jack de Clayton es uno de los escasos ejemplos de molino macho en el país... Pero hablaremos de molinos ingleses en otra entrada.

Otra de las peculiaridades de Clayton es la entrada norte al túnel que lleva el nombre del pueblo, el más largo en la línea Londres-Brighton: una especie de castillito bastante kitsch cuya construcción fue, al parecer, la condición impuesta a la compañía del ferrocarril por el propietario de las tierras bajo las que tenía que discurrir este túnel, allá por los años de 1840.

Pero lo que hace verdaderamente especial este lugar es la parroquia de San Juan Bautista, un templo del siglo XI puesto inicialmente bajo la advocación de Todos los Santos, como era frecuente entre los anglosajones. La iglesia, que conserva originales la planta y gran parte de su estructura, no es especialmente hermosa en la primera impresión. Sin embargo, la visita va sumergiendo al viajero poco a poco, insospechadamente, en un mundo de religiosidad primigenia. Me apasionan las catedrales pero, si en algún lugar encuentro una medida humana que pueda justificar algún tipo de relación espiritual, es en los humildes templos del prerrománico y el románico.

La entrada al recinto se efectúa bajo una de esos pórticos de madera que adornan tantas pequeñas iglesias en Gran Bretaña; su nombre, lychgate, remite al tiempo medieval en que se usaban a modo de capilla ardiente y cobertizo durante los servicios funerales. Hoy prestan su encanto rústico a los templos de los que son preámbulo y, en buena parte de Inglaterra, conceden un rato de protagonismo a los niños en las bodas.






Para acceder a la iglesia en sí hay que atravesar un tramo del cementerio al que volveré más adelante. Ya solo nos separa del interior –literalmente, dada la resistencia que presenta su picaporte- un portón de roble bruñido por el uso que, después de informarnos, sabemos que lleva allí desde el tiempo de los normandos. De la misma época son los frescos que cubren los muros de la nave y que dejan boquiabierto al visitante que entra sin estar avisado.

Como la mayor parte de los templos prenormandos, San Juan Bautista consta de una sola nave de planta pequeña y muros muy altos, más un presbiterio cuadrangular, no absidial, de menor altura. La parte superior de los cuatro muros de la nave está cubierta de frescos de una discreta policromía que, al parecer, permanecieron ocultos tras el enlucido hasta que, durante unas obras de restauración en 1893, volvieron a ver la luz para admiración del mundo. Los frescos del Juicio Final de esta iglesia, únicos en el país por extensión, edad y estado de conservación, son obra del llamado Grupo de Lewes, un puñado de pintores radicados en el Priorato de San Pancracio, el primer monasterio cluniacense de Inglaterra, fundado en Lewes por Guillermo y Gundrada de Warenne tras su visita a Cluny. Aquellos artistas románicos dejaron en Clayton la prueba de que el arte europeo del siglo XII ya había dejado de ser materia de interés local. Resulta evidente el parentesco de sus figuras con otras que conocemos del románico europeo: el pantocrátor en su mandorla, los ángeles y santos de miembros alargados... Amenazadas hoy por la acción disolvente de las heces de murciélago, estas pinturas explican que English Heritage haya clasificado San Juan Bautista como grade I, es decir, de interés más que nacional.






El conjunto inspiró a uno de los firmantes del libro de visitas, a mediados de 2012, las siguientes palabras: “Este es el lugar más especial para encontrar la paz, aclarar la mente y recargar las pilas. Mi hermana, tristemente enferma de esclerosis múltiple y no creyente, me contó que sintió que un brazo solícito la rodeaba cuando entraba en la iglesia”.

Y, a la salida, el extenso cementerio que circunda el templo también es un ámbito especial. Es obligado dar un paseo por entre las ordenadas filas de tumbas, contemplar algunas de ellas convertidas en fértiles parterres, admirar los cruceros de larga tradición insular, leer las inscripciones... El visitante encontrará en el lado sur, casi escondida de la vista de los viandantes, una lápida con el siguiente texto: “Aquí yace/ un gentil caballero/ Sir Norman Hartnell/ comendador de la Orden de Victoria, académico real/ 12 de junio de 1901-8 de junio de 1979/ modista de las/ reinas de Inglaterra/ 1937-1979/ enormemente añorado por sus muchos/ y queridos amigos”. Hartnell ganó su rango de caballero primero al servicio de Elizabeth Bowes-Lyon, y después al de Isabel II, para la que diseñó el vestido de su boda. Este hombre de gusto exquisito, para descansar por toda la eternidad, escogió un lugar al lado de su madre y su hermana en el cementerio de San Juan Bautista de Clayton.










(Fotos propiedad del autor)

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